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EL FULGOR MÍTICO. Mito y religión en la antigua Grecia

INTRODUCCIÓN*

Luego de la irrupción del racionalismo en el siglo XVII, la filosofía se volvió a encontrar con un escollo que ya había inquietado a los antiguos filósofos griegos: el mito. Para los pensadores de la modernidad, en muchos aspectos admirados estudiosos de la antigüedad helénica, parecía incompatible que un pueblo que había abierto los cauces del pensamiento racional, a través de la filosofía y de la ciencia, mantuviera como uno de sus legados más resaltados al mito. Desde Giambattista Vico, a comienzos del siglo XVIII, los iluministas intentaron racionalizar ese producto de la mente griega, apartándolo en muchos casos de la tradición posterior de base filosófica. Así, filósofos, antropólogos, politólogos, lingüistas, se han embarcado a lo largo de tres siglos en la búsqueda de una explicación que condense el secreto de tal producto que parece escaparse del discurso religioso (con el que, no obstante ello, mantiene una fuerte relación), del discurso filosófico, y por supuesto, del discurso científico. Desde la simple calificación de “irracional”, otorgada por los más fervorosos epistemólogos, hasta las categorizaciones estructuralistas que intentaban reducirlo a mero acto repetitivo de una fórmula encorsetada en un molde, el mito ha sido analizado sin llegar a un punto en común, a un acuerdo concreto. Excelentes trabajos como el emprendido por Levy Strauss, desde la antropología estructural, la categorización espiritual de Otto, o la interpretación que Blumenberg plantea como resignificación a través del tiempo, aplicando la teoría de la recepción, el mito ha vuelto a tomar espacio en el estudio de la conformación del pensamiento humano, más allá de simplificaciones prejuiciosas. Grecia, o mejor dicho, el legado del genio helénico, no parece estar completo sin tenerse en cuenta este producto de la creatividad humana. Un lenguaje propio, un formato propio, una naturaleza huidiza y por demás plástica, hacen del mito un producto inobjetable, pero, a la vez, paradojalmente inabarcable. ¿Qué origen tuvo este discurso? ¿Por qué la genialidad helénica, que cimentó las bases del pensamiento filosófico, del arte dramático, de cierta ciencia empírica, mantuvo y se nutrió de este maleable material? ¿Acaso su posible amorfía lo convierte en una materia amoldable para cualquier producto de la creatividad humana? ¿Por qué se valieron de él filósofos como Sócrates y Platón que sostuvieron un discurso altamente crítico en contra del mito? ¿Deriva el mito de una simple imaginación enfermiza, más ligada a la fantasía que a la ontología? ¿Es una enfermedad que la modernidad racionalista quiso extirpar como si se tratara de una rémora de ocultismo vergonzosa para un ser que dice ser racional como lo es el ser humano? Para ingresar en su estudio he decidido no dejar de lado ningún punto de vista. He consultado a todos los pensadores que me ha sido posible consultar. No me he detenido en prejuicios ideológicos o epistemológicos. He querido buscar en ellos todas las posibles alternativas de interpretación, para no privar al lector de este trabajo de los procesos de investigación que hasta aquí se han seguido, en pro de una explicación del mito. Circunscripto en la mitología griega, aquella que, por varios motivos, parece ser la más conocida por todos, este trabajo parte desde el humus vivificante del mito como un motor que influye y determina la esencia de la genialidad griega.  La filosofía, el drama, la pintura, la cerámica, la poesía lírica, todas las manifestaciones que hicieron al pensamiento y hasta a la vida cotidiana de los antiguos griegos se hallan traspasadas por el influjo mítico. Como una cosmovisión viva y a la vez vivificante, el mito griego rebalsó el mero recipiente de la forma oral, el continente de la palabra, para desbordar y alimentar varias expresiones de la creatividad humana. Abierta a nuevas influencias, se dejó a su vez enriquecer por otras tradiciones míticas, como las del cercano Oriente, adaptando esos primitivos relatos a la estética armónica de la mitología helénica, hecho que resulta bien claro con la adquisición de la diosa tracia Bendis, o de la Cibeles anatolia, en épocas de la Guerra del Peloponeso. Quizás, valga decirlo, sólo por desesperación ante el desastre. Sólo una decidida batalla contra su existencia pudo acabar, superficialmente, con su manifestación. El triunfo del Cristianismo de la mano de Constantino, en el siglo IV d.C., significó su silenciamiento, aunque su influencia siguiera, decidida o no, en muchas tradiciones que la nueva religión triunfante bautizara como elementos propios que le resultaban útiles para su desarrollo. Y no hizo falta más que un leve despertar del interés por la antigüedad en la modernidad para que resurgiera la importancia que la tradición mítica tuvo para la civilización helénica. Interés que aún hoy siguen manifestando muchos pensadores, como espero que quede claro en estas páginas. 

Finalmente quiero agregar que este trabajo nace por inspiración de un curso sobre “Símbolo y Mito” dictado por el Profesor Julio Balderrama en 1992, que me sirvió como puntapié inicial para mis investigaciones posteriores, plasmadas en un primer modelo en un curso que me fue dado dictar en 2011 sobre mito y religión en la antigua Grecia en el ISFD y T Nº 42 “Leopoldo Marechal”. 


                                                                                                               Sebastián Porrini


*prólogo a la edición impresa